27/10 “Historias heladas de una Antártida bella y brutal”

28 octubre 2016

Día a Día. Mención a la disertación “La crónica periodística en dos pasos” que dará Federico Bianchini y Sergio Carreras en la Universidad Blas Pascal.

 

Link: Historias heladas de una Antártida bella y brutal

 

El cronista Federico Bianchini presenta este viernes en Córdoba su libro “Antártida. 25 días encerrado en el hielo”. También dará una clínica gratis sobre historias de largo aliento.

 

En su primer libro, Desafiar al cuerpo: del dolor a la gloria. El deporte llevado al extremo, Federico Bianchini (Buenos Aires, 1982) cuenta historias de deportistas que van más allá de sus propios límites de resistencia.

 

 

En su flamante segundo libro, Antártida. 25 días encerrado en el hielo, que ya se consigue en todas las librerías del país, Bianchini desafía su propio cuerpo y viaja a uno de los lugares más brutales y maravillosos de la tierra, la Antártida, con el objetivo de contar las vidas de científicos, militares y especialistas que pasan meses y años de sus vidas estudiando microdetalles en el continente blanco.

 

Pero lo que era un viaje de 10 días se transformó en un encierro obligado de casi un mes a causa del mal clima, y el objetivo periodístico quedó sujeto a normas estrictas para proteger la propia vida en un paisaje helado “donde la naturaleza se acepta como un dogma inquebrantable”, explica el joven cronista, editor de la Revista Anfibia y ganador del premio Las Nuevas Plumas 2010 y Don Quijote de Periodismo 2013.

 

Este viernes, los amantes de las historias periodísticas podrán escuchar la experiencia antártica de boca del propio Bianchini, quien presentará su libro en el auditorio Luis Gagliano del Sindicato Regional de Luz y Fuerza (Jujuy 27 de la ciudad de Córdoba, entrada libre y gratuita). Será a las 19.30, con la compañía del periodista Dante Leguizamón y el geólogo Jorge Strelin, un asiduo visitante de la Antártida.

 

Hay más: el lunes 31 de octubre, a las 17, Bianchini y el periodista cordobés Sergio Carreras brindarán la clínica “La crónica periodística en dos pasos. Técnicas de investigación periodística para trabajos de largo aliento y maneras de contar una historia”. La actividad es abierta y gratuita con inscripción previa en el Campus de la Universidad Blas Pascal, en la avenida Donato Álvarez 380, en el barrio Argüello de la ciudad de Córdoba.

 

Serán dos posibilidades de lujo para aprender de este joven cronista que en enero de 2016, con el proyecto de este libro sobre la Antártida, ganó la prestigiosa beca Michael Jacobs de la Fundación Gabriel García Márquez (FNPI).

 

¿Qué te atrapó de la posibilidad de ir a la Antártida?

_En realidad, siempre había querido ir a la Antártida. Desde chico soñaba con esos paisajes inalcanzables, pálidos, imponentes. En 2010, con el periodismo como excusa, hice una nota para VIVA en el cerro Tronador, en Bariloche: estuve cuatro días entrevistando a los militares que, luego, hacen la logística de las bases (incluso, me sumé a algunos ejercicios de caminar entre grietas, técnicas de escalada con crampones). Finalmente, aunque insistí, a la vuelta no pude viajar. En 2013 me enteré de que en la Universidad Nacional de San Martín, de la que depende Anfibia (la revista donde trabajo como editor), iba a empezar a funcionar el Instituto Antártico Argentino. Allí empecé las gestiones y pude viajar. Lo que me atrapó luego fue la misma Antártida, porque a pesar de que iba por 10 días me quedé un mes: por el mal clima, no me pude ir antes.

 

¿Cómo es vivir en uno de los lugares más desolados de la tierra?

_Es una gran experiencia. A pesar de la incertidumbre de no saber cuándo va uno a poder salir, en la Antártida no hay plata, no hay llaves, no hay armas, virus ni bacterias de resfrío. La naturaleza se acepta como un dogma inquebrantable y si el clima dice que no se puede salir, nadie sale. Algunos días, el viento sopla tan fuerte que si uno abre las manos y se deja caer hacia atrás, queda suspendido, como si alguien lo sostuviera. Y hay geólogos y biólogos y glaciólogos y cada uno tiene decenas de historias y hay paisajes inverosímiles en la gama de los grises hasta que una línea turquesa desmiente ese registro monocromo.

 

¿Hay lugar para la soledad en la Antártida?

_Sobre todo en invierno, cuando quedan 17 militares y un científico invernante, en una base con capacidad para 80 personas. Sobre todo, en junio y julio, durante los días de tormenta, cuando no se puede salir a trabajar y hay que esperar que el mal clima pase, que las nubes negras se alejen. Allí, la soledad es tan grande que se convierte en una especie de gran hueco: lo que hay que evitar es caer en él. Muy distinto es en el verano, cuando la capacidad de la base está completa: la internet anda lenta y todo el mundo tiene ganas de compartir cosas. En ese momento, la base ebulle y uno desayuna, almuerza y cena con más de 40 o 50 personas: tiene contacto con mucha más gente que en cualquier ciudad, donde uno está rodeado de personas pero casi no interactúa con ellas.

 

¿Qué cosas te impactaron más?

_Me interesó mucho el trabajo y la pasión de los científicos y militares que eligen viajar hacia ese continente insospechado para contribuir a la soberanía Argentina. Que pasan meses alejados de sus familias, soportando temperaturas extremas. Me impactaron los paisajes, las caminatas con nieve hasta las rodillas hacia el refugio: a la derecha, el océano glacial antártico salpicado por ásperos bloques de hielo blanco que de lejos brillaban suaves y turquesas. Sobre la costa, algunos pingüinos que se sumergían fugaces. Otros de pie, quietos, esperaban quién sabe qué cosa. En la Antártida, los colores concentran brillo y homogeneidad: son definitivos. El mar azul lapislázuli, la aspereza del hielo, cuarzos pardos los ojos de los skúas; musgos y líquenes, verdes como fluoritas; o las piedras, que cuando la nieve se derrite, se revelan grises después de años cubiertas por oscuridad blanca.

 

¿Qué cambió en vos la experiencia?

_Conocí gente muy valiosa y generosa, vi cómo en situaciones extremas la solidaridad es un valor fundamental y no importa el rango militar, la edad ni la nacionalidad: si hay que ayudar a otro, todo eso es una cuestión secundaria. Allí se relativizan muchas cosas: pasa lo mismo con la ropa. Todos teníamos los mismos buzos, remeras y pantalones. Nadie se preocupaba por la marca o el color de una campera, lo que importaba era si abrigaba bien. La moda es una cuestión citadina. Me sorprendí disfrutando paisajes que no podría describir. Y supongo que soy más consciente de la potencia de la naturaleza (no la ignoraba, pero en la ciudad uno se aleja de esa constatación). Luego, ya en Buenos Aires, me encontré con el problema de desgrabar esas horas y horas de entrevistas, ver cómo describir y contar todo eso. Leila Guerriero me propuso hacer un libro para la editorial Tusquets y empezamos a trabajar juntos y, finalmente, recibí el impulso de la beca Michael Jacobs de la Fundación Gabriel García Márquez para el Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI) para poder terminarlo.